La Autoestima desde la mirada de la Biodecodificación
Existen muchas maneras de poder abordar el concepto de la autoestima, variada bibliografía, artículos y publicaciones han intentado dar una explicación acabada sobre éste tema tan importante que nos incluye a todos los seres humanos y que tiene un impacto crucial en cómo nos desarrollamos y cómo afrontamos las situaciones diarias que nos tocan transitar. La forma y el cómo adquieren una trascendencia vital para nosotros; de hecho de allí mismo se fortalecerá nuestro autoconcepto y la manera en la que nos percibimos en relación al mundo. Aquí es necesario implantar un nueva perspectiva para lograr entender los orígenes de nuestra autoestima, es decir, de dónde surge que nos autopercibamos de tal o cuál forma y no de otra; y a la vez porqué nos resulta tan difícil poder revertir en nosotros esa forma de vernos y sentirnos, que la mayoría de las veces tiene más que ver con una manera de cómo nos concebimos que en cómo somos en realidad o en cómo los demás nos ven en verdad. Nuestra mirada interior habla por nosotros, se traduce en gestos, en miradas en palabras que reflejan en sí mismas cuánto nos queremos y cuanto valor nos otorgamos a nosotros mismos. Es fácil reconocer a quien no se ama, porque se traduce en su forma de vestir, de hablar, de ser y de enfrentar su propia vida. La persona que no se ama, no sabe amar en realidad. Su forma de amar se encuentra distorsionada, mal enfocada, es confusa y turbia, nada clara para sí, ni para los demás. Ello se debe a que en definitiva ha sido una persona privada o carente de afecto, no pudo aprender lo que no ha podido experimentar. Al recibir poco afecto o siquiera nada, su modelo de lo que es el amor, es más una idealización, que una experiencia concreta. Entiende el amor como un objeto inalcanzable por el cual hay que sacrificarse, padecer o sufrir, y lo percibe lejos de sí, o sea lo ubica en otras personas, en un espacio exterior del cual ella o el no es parte. De hecho la persona con baja autoestima no se incluye dentro de las personas a las que necesita amar, por lo tanto allí radica un tema muy importante como es la propia exclusión y su propio aislamiento. A la vez, se relaciona con el no merecimiento, quien entiende el amor de esa manera, no se cree merecedor de recibir afecto o ser valorado por quien es. De ello se desprende que serán personas que necesitarán dar de más a los otros, quizá amar demasiado, pero en definitiva de una manera no sana. Son personas que constantemente realizan favores, ya sea materiales o personales y que de ésta manera intentar compensar su propia falta de amor hacia sí mismas. Constantemente encontramos personas que se dan a los demás pero sin respetarse, soportando incontables formas de atropellos, como violencia física o psicológica, humillaciones, desprecios, faltas de respeto, desamor, desconsideraciones, maltrato y rechazo. Aún así con sobradas muestras de falta de afecto la persona continúa soportando esas situaciones, sintiéndose culpable y cediendo además espacios a los demás que son íntimamente personales para buscar de ésta manera no ser abandonados u olvidados. Sus carencias los arrastran a terrenos insondables, a abismos infranqueables donde jamás descubren su potencial o su valor. Se convierten en seres inertes e invisibles, despojados de su propia humanidad; seres discriminados y anulados en su capacidad de sentir y experimentar.
En definitiva intentar entender el desamor nos resta credulidad, nos quita la esperanza, nos abandona a nuestra propia suerte, quedamos olvidados en ese terreno infértil donde no crece nada, donde no hay nada, simplemente porque no estamos allí. Por ello cuando alguien intenta advertirnos del peligro que corremos quedándonos donde no debemos, huimos despavoridos, no sea que justo allí tengamos que enfrentarnos a la triste realidad de tener que darnos cuenta que no somos amados. Eso sería retroceder, implicaría una vuelta a nuestras carencias, a nuestras deficiencias, a nuestras vulnerabilidades; sería encontrarnos cara a cara con un pasado devastador y desolador. Ello significaría aceptar que nunca nos han amado como hubiéramos deseado, como lo hubiéramos necesitado. No podemos aceptar esto, es demasiado difícil para nuestro corazón tener que reconocerlo, representa mucho dolor, mucha frustración y decepción. Nos arrebata de cuajo nuestro presente y futuro, nos despoja de la idea de ser amados alguna vez, algo trágico para nuestra alma turbada y apegada. Cuando llegamos a éste punto es bueno echar una mirada hacia atrás y vislumbrar el camino que han recorrido nuestros ancestros, sentir su presencia y su fuerza, esa que llega a través de nuestra sangre y que recorre nuestra vida desde nuestros orígenes; verlos a ellos, reconocer sus esfuerzos, darle una medida a sus experiencias, reconocer sus padecimientos. Verlos en nosotros, ya que ellos viven en nuestros propósitos y motivaciones. Ellos se perpetúan a través del dolor compartido y de las emociones sentidas; ellos esperan en esa eternidad de vida que seamos nosotros quienes realmente podamos vencer lo que ellos no lograron, que podamos superar y trascender esos dramas que nos unen y que podamos cortar esas cadenas que nos agobian al extremo de sentir que ya no podemos más. Por todos ellos y por nosotros alguna vez, debemos aprender a amarnos. Ese es el gran desafío y nuestro legado.
Nuestra baja autoestima es histórica, viene desde muy lejos, y su significado adquiere connotaciones centenarias. Pensar que el hecho de no estimarnos es algo que se produjo en ésta vida es cómo pensar que somos seres que no tenemos relación con nada ni nadie. Creer que nuestra individualidad es absoluta es caer en el peor de los errores, y eso sí puede ser letal.
La autoestima es como un entramado que se tejió con los años en el tiempo y que tuvo como eslabones o fibras a cada uno de los integrantes de nuestra extensa familia ancestral. Allí se reforzaron los lazos de dependencia, de desvinculación de uno mismo con su propio sentir, se debilitó nuestra propia identidad, se esgrimió un pronóstico carente de felicidad y se consolidó por fin el sentimiento y la sensación de no ser amados y eso nos socavó como generación, nos anuló desde el espíritu, nos aniquiló por dentro y nos hizo amarnos cada vez menos. Finalmente heredamos los sentires y las formas de enfrentar los fracasos, las descepciones y los dramas; y esas maneras si se quiere, deformadas por el tiempo, inscriptas en otros espacios y otras circunstancias vienen a atestiguar ante nosotros quienes somos, vienen a mostrarnos de dónde venimos y similares a quienes fuimos engendrados y dados a luz. Es allí cuando nuestro paso por ésta vida cobra sentido y nos transforma en seres singulares, pero a la vez, hechos a semejanza de otros, esos otros que nos dirigen inconscientemente desde el pasado y que nos escriben los destinos forzosos a los que somos lanzados, sin más que para proyectarnos hacia una nueva experiencia que se repite, pero ésta vez, desde otros ojos, los nuestros. Sanar nuestra autoestima es recobrar el poder perdido a través de las épocas y los sucesos, es formar la identidad amorosa que nos corresponde e imprimir en nuestro incosciente familiar la huella afectiva que deberán continuar y seguir aquellos que nos trasciendan. Es devolverle a nuestro linaje el reconocimiento del amor que nunca fue, es reconstruir nuestro pasado, es modificar la genética de nuestras emociones, es en definitiva experimentar la gracia de programar nuestros destinos comunes y conseguir la revancha de aquellos reveses con los que nuestros congéneres no han podido. Autoestimarse es haber ganado vida, la querida vida de todos nosotros.